You are viewing a read-only archive of the Blogs.Harvard network. Learn more.

Junio a septiembre de 1980, Baltimore

Desde el anuncio aquella noche de borrachera, al final de la primavera, May y Sally-Anne se entregaron en cuerpo y alma a la creación de su periódico. Le dedicaron el verano entero y solo se permitieron un domingo en la playa.

Antes de nada tenían que encontrarle un nombre. May fue la primera en proponer uno. Se le ocurrió la idea viendo a Robert Stack encarnar el papel de Eliot Ness en un episodio de The Untouchables que volvían a poner por televisión. La cadena ABC retransmitía regularmente en su programación esta serie, aunque se había quedado un poco anticuada.

Sally pensó en un primer momento que se trataba de una broma. La sugerencia de May era ridículamente pretenciosa, por no hablar de los dudosos juegos de palabras a los que daría pie ese nombre por parte de los hombres. Un periódico dirigido por mujeres no podía llamarse Las Intocables.

Una tarde de julio especialmente calurosa, Sally-Anne admiraba la musculatura de Keith, que había acudido a ayudarlas: en un almacén abandonado de la zona de los muelles, esta había encontrado un loft en pésimo estado que, según ella, solo requería una buena mano de pintura para recuperar todo su esplendor.

Tras un minucioso examen del lugar, Keith le aseguró lo contrario, y se asombró de los escasos medios de los que disponían para llevar a cabo su proyecto, porque la familia de Sally-Anne, sin embargo, era gente adinerada.

Ignoraba que, tras sus aires de seductora, Sally-Anne tenía una rectitud incontestable. No había necesitado llegar a la adolescencia para entender que era diferente. Compartió con Keith y con May un recuerdo de juventud. Un día le declaró a uno de sus profesores que probablemente era un error de nacimiento, pues no veía que tuviera nada en común con su padre, y menos todavía con su madre. El profesor sermoneó a esa joven insolente que se permitía juzgar a unos padres tan a menudo erigidos como modelo de éxito. El único éxito que Sally-Anne les reconocía era el de haber sabido gestionar aquello que habían heredado, aunque a costa de numerosos embustes y compromisos.

Al suscitar ese recuerdo, Keith puso de acuerdo a las dos chicas. No le deberían nada a nadie, su periódico se llamaría The Independent.

—Muy bonito este loft pero, sin medios, ¡el trabajo será titánico! — exclamó Keith—. El salitre ha corroído las ventanas, el parqué tiene tantos agujeros y tan grandes que me cabría la mano en cualquiera de ellos. Volver a poner en marcha la caldera será dificilísimo, y el edificio lleva años y años sin corriente eléctrica.

—Solo conozco dos tipos de hombres —le replicó Sally-Anne—, los que tienen problemas y los que los resuelven.

Sally-Anne había aprendido a dejar a un lado su rectitud en caso de necesidad, y a menudo los hombres no eran para ella más que una necesidad. Keith había caído en una trampa tan burda que May había estado a punto de acudir en su auxilio. No lo hizo, y él se dedicó a reformar el loft con un fervor admirable.

Comments are closed.