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Archive forOctober, 2022

Octubre de 2016, Beckenham

—Cada vez… —precisó Michel.

—Vale, cada vez. En realidad, cuando vuestra madre volvió a Inglaterra no tenía dónde dormir. Yo era la única persona a la que conocía en la ciudad. Buscó mi nombre en la guía en una cabina telefónica. En esa época no había Internet, así que a la gente se la encontraba de esa manera tan sencilla. Donovan no es un apellido corriente, éramos solo dos en Croydon. El otro tenía setenta años, era soltero y no tenía hijos. Os podéis imaginar mi sorpresa cuando oí su voz. Era el final del otoño y hacía ya un frío helador. Me dijo, lo recuerdo como si fuera ayer: «Ray, te sobran motivos para colgarme el teléfono. Pero solo te tengo a ti y no sé adónde ir». ¿Qué se le puede contestar a una mujer que te dice «Solo te tengo a ti»? Yo supe en ese preciso instante que el destino nos había reunido definitivamente. Cogí el Austin, sí, no me miréis así, el que está aparcado en la puerta y que todavía funciona, mal que le pese al imbécil de mi vecino, y fui a buscarla. Diría que la vida me dio la razón pues, treinta y cinco años más tarde, tengo la suerte de haber compartido esta noche esta porquería de pizza con mis tres maravillosos hijos y mi no-yerno.

Lo mirábamos todos en un silencio casi religioso. Papá carraspeó y añadió.

—Igual es hora ya de que lleve a Michel a casa.

—¿Por qué te sobraban motivos para colgarle el teléfono? —le pregunté yo.

—Otro día, cariño, si no te importa. Rememorar estas cosas me ha costado cierto esfuerzo y, por esta noche, prefiero quedarme con un buen ataque de risa antes que acostarme deprimido.

—Entonces, en la primera parte de vuestra relación, cuando teníais entre diecisiete y veinte años, ¿fue ella la que te dejó?

—Ha dicho que otro día —intervino Maggie antes de que papá contestara.

—Exacto —dijo Michel—. Pero es mucho más complicado de lo que parece —añadió levantando el índice.

Michel tiene esa costumbre de levantar el índice, como para frenar sus pensamientos cuando se le aturullan en la cabeza. Tras unos segundos en los que cada cual contuvo la respiración, prosiguió.

—En realidad, papá expresaba así su deseo de no contarnos más esta noche. En mi opinión, «otro día» indica que quizá pueda cambiar de idea… otro día, precisamente.

—Ya lo habíamos entendido, Michel —le espetó Maggie.

Como le parecía que las cosas estaban claras, Michel apartó la silla, se puso la gabardina, me dio un beso, le estrechó la mano a Fred sin ganas y abrazó fuerte a Maggie. En circunstancias excepcionales, medidas excepcionales… y, de hecho, aprovechó para felicitarla al oído.

—¿Por qué me felicitas? —le preguntó ella, también al oído.

—Por no casarte con Fred —le contestó Michel.

Padre e hijo no dijeron una palabra en el camino de vuelta, al menos no hasta que el coche se detuvo al pie de la casa de Michel. Inclinándose para abrirle la puerta, Ray lo miró fijamente y le preguntó con mucho cariño:

—No les vas a decir nada, ¿verdad? Me corresponde a mí contárselo algún día, ¿lo entiendes?

Michel lo miró a su vez y contestó:

—Puedes dormir tranquilo, papá, y sobre todo sin bajones de ánimo…

Aunque no creo que el ánimo sea algo que pueda subir o bajar dentro del cuerpo, pero lo comprobaré mañana en la biblioteca.

Dicho esto, lo besó en la mejilla y bajó del coche.

Papá esperó a que entrara en el edificio antes de alejarse.

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