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Archive forNovember, 2022

Octubre de 2016, Beckenham

Me levanté de la mesa, decidida a dejarle a la pareja su intimidad. Fred y Maggie llevaban solos en la cocina diez minutos por lo menos. Entré para despedirme de ellos.

Trapo en mano, Fred secaba los vasos. Maggie, sentada en la encimera con las piernas cruzadas, fumaba un cigarrillo, exhalando el humo por la ventana entreabierta.

Se ofreció a llamarme un taxi. Pero de Beckenham hasta mi casa me habría costado una fortuna. Le di las gracias, pero prefería volver en tren.

—Pensaba que te habrías ido con papá —dijo con flagrante mala fe—.

¿No te vas a dormir a su casa?

—Me parece que esta noche él prefería estar solo, y además tengo que hacer un esfuerzo por retomar mi vida londinense.

—Y muy bien que haces —terció Fred quitándose los guantes—.

Beckenham, Croydon, estos barrios periféricos están demasiado lejos.

—O Primrose Hill está demasiado lejos de mi barrio, y es demasiado esnob —replicó Maggie arrojando la colilla al agua de fregar los platos.

—Os dejo solitos —suspiré poniéndome el abrigo.

—Fred te llevará encantado a la estación en su precioso coche. Podría incluso llevarte hasta Londres e irse a dormir a su bonito Primrose Hill.

Le lancé una mirada reprobadora a mi hermana. ¿Cómo se las apañaba para conservar a un hombre a su lado siendo tan poco amable, mientras que yo, que era la amabilidad en persona, vivía un eterno celibato? Otro misterio…

—¿Quieres que te lleve, Elby? —se ofreció Fred, doblando el trapo.

Maggie se lo arrancó de las manos y lo lanzó al cubo de la ropa sucia.

—Consejito de hermana, solo Michel puede permitirse acortarle el nombre, es algo que odia. Y necesito tomar el aire, voy a acompañarla un trecho.

Maggie fue hasta la entrada, cogió un jersey y me arrastró del brazo hacia la calle.

Las aceras, que brillaban por la lluvia bajo la luz anaranjada de las farolas, estaban bordeadas por modestas casas victorianas, en su mayoría de una sola planta o dos como mucho, de torres de ladrillo de fachadas decrépitas, destinadas a viviendas sociales, y de algún que otro descampado aquí y allá.

En el cruce, el barrio recuperaba su animación. Maggie saludó al sirio de la tienda de alimentación, abierta todo el día. Su negocio marcaba la frontera con la calle comercial, más iluminada. Había una lavandería automática junto a una tienda de kebabs; a continuación, un restaurante indio en el que solo quedaban dos comensales; y un antiguo videoclub, cuyo escaparate estaba condenado con tablas clavadas cubiertas de carteles, rotos la mayoría. La noche cayó del todo justo cuando bordeábamos las verjas de un parque. Pronto el aire se impregnó del olor a metal de los raíles y del balasto sucio. Al acercarnos a la estación, solté otro suspiro.

—¿Te pasa algo? —me preguntó Maggie.

—¿Por qué sigues con él? Siempre estáis a la gresca, ¿qué sentido tiene?

—A veces me pregunto de dónde te sacas esas expresiones… ¡Qué sentido tendría soportar a un tío si no le pudiera cantar las cuarenta de vez en cuando!

—Para eso prefiero seguir soltera.

—Pues eso es exactamente lo que haces, me parece a mí.

—Touché! Y muchas gracias por decirme esas cosas, qué amable, ¿no?

—No me halagues, ¿quieres? Bueno, a todo esto, esta noche no hemos llegado a nada con papá.

—Ya, pero tampoco es que nos hayamos deslomado en la cocina, y encima nos hemos reído un montón. ¿Qué mosca le habrá picado ahora con lo de casaros? ¿Será que tiene ganas de ser abuelo? —dije yo.

Maggie se paró en seco y me señaló con el dedo antes de ponerse a canturrear:

Pinto, pinto, gorgorito,

¿dónde vas tú tan bonito?

A la era verdadera,

Pim, pam, pum… ¡fuera!

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