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Octubre de 2016, Croydon, periferia de Londres

Ray se inclinó para abrirle la puerta del coche: Michel entró, besó a su padre, se abrochó el cinturón y se puso las manos sobre las rodillas. Miró la carretera fijamente cuando el coche arrancó y dos manzanas después por fin sonrió.

—Estoy contento de que cenemos todos juntos, pero es raro que vayamos a casa de Maggie.

—¿Y por qué es raro, hijo? —quiso saber Ray.

—Maggie nunca cocina, por eso es raro.

—Me ha parecido entender que esta noche se celebra algo, ha encargado unas pizzas.

—Ah, entonces es menos raro, pero aun así —contestó Michel siguiendo con la mirada a una chica que cruzaba la calle.

—No está mal —comentó Ray con un silbido.

—Un poco desproporcionada —opinó Michel.

—¡Qué dices, pero si está cañón!

—La estatura media de un individuo de sexo femenino en 2016 es de un metro setenta, esa mujer mide por lo menos un metro ochenta y cinco. Es, pues, muy alta.

—Si tú lo dices, pero a tu edad yo habría apreciado esa clase de desproporción.

—Prefiero que sea…

—¡Más baja!

—Sí, eso, más baja.

—Para gustos, los colores, ¿verdad?

—Quizá, pero no entiendo qué tiene que ver.

—Es una expresión, Michel. Se emplea para decir que hay mucha variedad en el gusto.

—Sí, eso parece lógico, pero no la primera expresión que has utilizado, que no tiene ningún sentido, sino la segunda. Se corresponde con lo que yo he podido constatar.

El Austin se incorporó al bulevar, entre todo el tráfico. Volvió a caer una fina lluvia, la típica lluvia inglesa, que en pocos minutos dejó las aceras relucientes.

—Creo que tu hermana va a anunciarnos que se casa.

—¿Cuál de ellas? Tengo dos.

—Maggie, supongo.

—Ah, ¿y por qué supones eso?

—Por instinto paterno, tú hazme caso. Y si te lo comento ahora, es por una razón. Cuando nos lo anuncie, quiero que sepas que es una buena noticia, y que por consiguiente manifiestes alegría.

—Ah, ¿y eso por qué?

—Porque si no lo haces, tu hermana se pondrá triste. Cuando la gente te anuncia algo que la hace feliz, espera que compartas su felicidad.

—Ah, ¿y eso por qué?

—Porque es una manera de mostrarle a la gente nuestro cariño.

—Comprendo. ¿Y casarse es una buena noticia?

—No es fácil contestarte a eso. En principio, sí.

—¿Y su futuro marido estará ahí?

—Puede, con tu hermana nunca se sabe.

—¿Cuál de ellas? Tengo dos.

—Ya sé que tienes dos, soy responsable de su nacimiento, te recuerdo, bueno, junto con tu madre, claro.

—¿Y estará mamá?

—No, tu madre no estará. Ya sabes por qué, te lo he explicado muchas veces.

—Sí, lo sé, porque ha muerto.

—Eso es, porque ha muerto.

Michel miró por la ventanilla antes de volver la cabeza para mirar a su padre.

—Y para mamá y tú, ¿fue una buena noticia cuando os casasteis?

—Una noticia fantástica, hijo. Y si pudiera volver atrás, me habría casado con ella antes. Así que para Maggie también será una buena noticia; estoy seguro de que tenemos un don en la familia para los matrimonios felices.

—Ah. Lo comprobaré mañana en la universidad, pero no creo que eso sea de orden genético.

—¿Y tú, Michel, eres feliz? —le preguntó Ray con ternura.

—Sí, creo que sí… Lo soy ahora que Maggie se va a casar y que sé que será un matrimonio feliz puesto que tenemos ese don en la familia, pero aun así me da un poco de miedo conocer a su marido.

—¿Qué es lo que te da miedo?

—Pues que no sé si nos llevaremos bien.

—Ya lo conoces. Es Fred, un tipo alto, muy simpático, hemos ido varias veces a cenar a su pub. Bueno, supongo que es con él con quien se va a casar, aunque con tu hermana nunca se sabe.

—Qué pena que mamá no pueda venir la noche en que su hija nos anuncia que se casa.

—¿Cuál de ellas? Tengo dos —le contestó Ray sonriendo.

Michel reflexionó un instante y luego sonrió él también.

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