You are viewing a read-only archive of the Blogs.Harvard network. Learn more.

Octubre de 2016, Beckenham

Papá, igual de sorprendido que él por ese arranque de cariño, contuvo la respiración, confiando en que la gran noticia no se hiciera esperar más. Que Maggie se casara era algo normal, pero lo que quería saber era cuándo.

—Bueno, cariño, basta de charlas, esta espera me está matando. ¿Cuándo será? Lo ideal sería dentro de tres meses; uno al mes es lo razonable, porque a mi edad ya no se pierden así como así, ¿sabes?

—Perdona —contestó Maggie—, pero ¿de qué me estás hablando?

—¡De los kilos que tengo que perder para caber en el esmoquin!

Miré a mi hermana, estábamos ambas perplejas. Michel suspiró y acudió en auxilio de todos nosotros.

—Para la boda. El esmoquin es para la boda —explicó.

—Para eso nos has reunido —añadió papá—. Y, de hecho, ¿dónde está?

—¿Quién?

—El simpático de Fred —contestó Michel lacónicamente.

—Vamos a esperar un poco, y si no estáis mejor dentro de media hora, os llevo a los dos al hospital —dijo Maggie.

—Mira, Maggie, como sigas así, al final te vamos a llevar a ti a urgencias.

¿Qué modales son esos? Me pondré el esmoquin, caiga quien caiga. Siempre me ha quedado un poco grande, así es que si contengo la respiración tendría que ser capaz de abrochármelo. Bueno, es marrón, no se va de marrón a una boda, pero ante circunstancias excepcionales, medidas excepcionales… Después de todo, estamos en Inglaterra, no en Las Vegas, así que si no se dispone de un plazo razonable para prepararse para tamaño acontecimiento, pues no se dispone y punto.

Nuevo intercambio de miradas entre mi hermana y yo. Fui la primera en estallar en una carcajada que no tardó en contagiar a todos los presentes. Salvo papá, pero solo un momento: nunca había sabido resistirse a un episodio de risa floja, y terminó por unirse al resto de la familia. Cuando Maggie logró por fin recuperar el aliento, se enjugó los ojos y soltó un hondo suspiro.

La llegada inesperada de Fred tuvo por efecto un nuevo ataque de risa, y Fred nunca entendió el motivo de esas carcajadas generalizadas.

—Entonces, si no os casáis, ¿a qué viene esta cena? —preguntó por fin mi padre

—No te preocupes —exclamó enseguida Maggie dirigiéndose a su novio, que estaba quitándose el abrigo.

—A nada, solo por disfrutar de estar en familia —contesté yo.

—Es una razón más común —intervino Michel— y, por lo tanto, del todo lógica. Estadísticamente hablando, me refiero.

—Podríamos haber cenado en mi casa —replicó papá.

—Sí, pero no nos habríamos reído tanto —argumentó Maggie—. ¿Puedo hacerte una pregunta? ¿Era rica mamá cuando os conocisteis?

—¿Cuando teníamos diecisiete años?

—No, más tarde, cuando volvisteis a encontraros.

—Ni a los diecisiete, ni a los treinta, ni nunca, de hecho. Ni siquiera le alcanzaba el dinero para coger el autobús en la estación a la que fui a recogerla… cuando volvimos a encontrarnos —añadió pensativo—. Puede incluso que no me hubiera llamado aquella noche de haber tenido en el bolsillo algo más que las pocas monedas que le quedaban al bajar de ese tren al anochecer. Bueno, creo que es hora de que os haga una confesión, hijos, y tú, Fred, puesto que aún no eres de la familia, te ruego que no se lo cuentes a nadie

—¿Qué confesión? —quise saber yo.

—Si te callas, te lo podré contar. Adornamos un poco las circunstancias en las que reanudamos nuestra relación. Vuestra madre no reapareció milagrosamente, loca de amor por mí después de darse cuenta de que yo era el único hombre que valía la pena de entre todos los que había conocido en su vida, como os hemos contado alguna vez.

Comments are closed.