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Octubre de 2016, Beckenham

Y concluyó la cancioncilla clamando:

—Lo siento, bonita, te ha tocado. A mí no me apetece lo más mínimo tener hijos.

—¿Con Fred o en general?

—Al menos tenemos respuesta a la pregunta de la noche: mamá estaba sin un céntimo cuando conoció a papá.

—Puede, pero han surgido otras preguntas —objeté yo.

—Sí, pero, bueno, tampoco vamos a darle tanta importancia al tema.

Mamá dejó a papá cuando eran jóvenes, y luego volvió sin pena ni gloria diez años después.

—Me da la impresión de que la verdad es más compleja.

—Deberías renunciar a los viajes para dedicarte al periodismo de investigación sentimental.

—Tus ironías me dejan fría. Te estoy hablando de papá y mamá, de esa carta extraña que hemos recibido, de las zonas de sombra de sus vidas, de las mentiras que nos han contado. ¿No tienes ganas de saber más sobre tus propios padres? ¡Solo te importas tú!

—Touché!, y qué amable tú también.

—Pues te diré que, al contrario de lo que piensas, el hecho de que mamá no tuviera un céntimo corrobora las acusaciones de la carta.

—¿Qué pasa, que toda la gente sin un céntimo obligatoriamente tiene que haber renunciado a una fortuna?

—Tú nunca has estado sin un céntimo porque nuestros padres siempre te han ayudado.

—Rigby, ¿quieres que cantemos a coro el estribillo que mascullas desde siempre? Maggie, la benjamina, sobre cuya cuna la familia generosa no ha dejado de inclinarse. Sí, pero ¿quién de las dos tiene un estudio en Londres y quién vive en la periferia a una hora en tren? ¿Cuál de las dos se pasa el año recorriéndose el mundo y quién se queda aquí ocupándose de papá y de Michel?

—No tengo ganas de discutir, Maggie. Solo me gustaría que me ayudaras a aclarar las cosas. Si nos han mandado esta carta es por una razón. Aunque lo que cuenta no tenga fundamento, tiene que haber a la fuerza un motivo para todo esto. ¿Quién nos ha escrito y por qué?

—¡Quién te ha escrito! Te recuerdo que se suponía que ni siquiera debías contármelo.

—¿Y si el autor me conoce lo suficiente como para saber que lo haría de todos modos? ¿Y si incluso su intención ha sido incitarme a ello?

—Te lo concedo, esa habría sido la mejor manera de hacerlo. Bueno, percibo en tu voz una llamada de socorro, así que, vale, se me ocurre que invites a papá a comer un día de estos en Chelsea. Refunfuñará, pero se alegrará de tener una excusa para coger su Austin. Asegúrate de elegir un restaurante cerca de un aparcamiento, se niega a confiárselo a un aparcacoches. No digas nada, me troncho cada vez que lo pienso. Tengo una copia de sus llaves, iré a rebuscar en su casa en cuanto se vaya.

No me gustaba la idea de manipular a mi padre pero, a falta de un plan mejor, acepté la propuesta de mi hermana.

La estación estaba desierta. A esa hora ya no había nadie más que nosotras esperando el tren. La pantalla anunciaba la llegada inminente del Southeastern en dirección a Orpington. En Bromley tenía que cambiar de línea para coger la de Victoria Station, y luego un autobús que me dejaría a diez minutos a pie de mi estudio.

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